Título original: Σπασμένες Ψυχές
Tenía este libro desde hace algunas semanas esperándome a que lo abriese por fin, pues le tocaba enseguida ser devuelto a la correspondiente biblioteca. Si bien no lo recuerdo, imagino que en el momento en que decidí tomarlo prestado debí de quedarme fascinado con el texto de la contraportada y considerar que estaba ante una lectura increíble.
De cuando en cuando, y suele ser varias veces al año, me encuentro ante un título sobre el que se han escrito ríos de tinta de unicornio, llegando a parecer que uno no puede dejar esta vida sin posar sus ojos sobre él, y cuando lo leo me parece un truño infumable que no sabría apenas ni ponerme a describir.
La trama es inexistente. Orestis, el protagonista, da un discurso ante estudiantes del París de comienzos del siglo XX hablando de la sociedad del momento y propone un mundo distinto. Quienes lo escuchan se ríen de él, y eso da pie a que, a partir de la página treinta o así, el resto de la novela él, su novia y un amigo de ellos deambulen de aquí para allá sin caber en sí de pena, de desconexión con lo absurdo de la existencia de la mayoría de la sociedad, y todo son lloros, abrazos, infidelidades, pensamientos negativos, etc. No sucede nada más que eso, y el lector ha de encontrar en ello una profunda y exquisita reflexión que como, además, está repleta de múltiples referencias al arte y la cultura griegos, no se te vaya a ocurrir desdeñar o considerar aburrida. La novela fue publicada por entregas y en un momento determinado el autor quiso justificar el porqué de tanto pesimismo, así que escribió un texto para ello. Yo creo que se trata, en realidad, de un conjunto de suspiros depresivos con tres personajes que lloran y se refocilan en su tristeza sin que haya un avance hacia ningún sitio.
Como en estos momentos estivales dispongo de mucho tiempo y sentí una especie de curiosidad y morbo de ver cómo se pueden escribir más de doscientas páginas en las que nada sucede, en lugar de dejar la lectura al poco de empezar me propuse terminarlo. Algo que sé desde hace muchos años que es siempre una idea equivocada.
Os propongo un reto: comenzad a leerlo y cuando llevéis unas cuarenta páginas -en el improbable caso de que resistáis hasta ese punto- me decís qué tal. El Cid en castellano antiguo resulta más excitante.
Menos mal que me dispongo a comenzar ahora una novelita con su trama, sus personajes y sus cositas normales.