Título original: Parnassus on wheels.
Este título es un clásico de la novela norteamericana del siglo XX, publicado en 1917. Yo lo desconocía, y al caer en mis manos me ha supuesto una agradable sorpresa.
Habla de Helen McGill, una mujer cuarentona y regordeta que se encarga casi sola de llevar su granja mientras su hermano apenas colabora, pues se dedica a escribir y ha sido reconocido por la reciente publicación de una novela. Un día el señor Mifflin se presenta en la granja cuando el hermano no está; le indica a la hermana que es a él a quien desea venderle El Parnaso, el carruaje-librería móvil que construyó con sus propias manos y que le ha permitido llevar la lectura por muchos pueblos. Enamorado de la literatura, desea que un buen escritor como Andrew prosiga con tamaña labor mientras él se retira a Brooklyn a escribir su primer libro. Helen decide repentinamente que está cansada de hacer siempre lo mismo y en un arrebato compra ella El Parnaso y abandona la granja antes de que su hermano regrese y se lo reproche.
Éste es el planteamiento inicial de la historia. Si me ha agradado la lectura ha sido, primero, por esas ganas de cambiar, de probar algo nuevo, de la protagonista, así como por los tranquilos y bonitos diálogos de la misma con el antiguo dueño de la librería ambulante mientras, cada uno con destinos diferentes, comparten asiento rodeados de libros. También por las numerosas referencias literarias del profesor-librero. ¿Qué será de la granjera, ahora librera? ¿Y se cumplirá el sueño del anterior dueño de la librería? ¿Será tan bonita la aventura como pensó Helen al principio o no, o puede que incluso mejor?
Lo cierto es que conforme nos acercamos al desenlace de la novela ésta se vuelve algo previsible y tópica y ese toque de ilusión y de buscar los sueños queda algo diluido. Pocas cosas suceden durante estas no demasiadas páginas, y me cuesta explicar bien por qué a pesar de todo recomiendo su lectura. Seguramente la clave resida en los dos protagonistas, cuyo encanto embelesa.
Éste es el planteamiento inicial de la historia. Si me ha agradado la lectura ha sido, primero, por esas ganas de cambiar, de probar algo nuevo, de la protagonista, así como por los tranquilos y bonitos diálogos de la misma con el antiguo dueño de la librería ambulante mientras, cada uno con destinos diferentes, comparten asiento rodeados de libros. También por las numerosas referencias literarias del profesor-librero. ¿Qué será de la granjera, ahora librera? ¿Y se cumplirá el sueño del anterior dueño de la librería? ¿Será tan bonita la aventura como pensó Helen al principio o no, o puede que incluso mejor?
Lo cierto es que conforme nos acercamos al desenlace de la novela ésta se vuelve algo previsible y tópica y ese toque de ilusión y de buscar los sueños queda algo diluido. Pocas cosas suceden durante estas no demasiadas páginas, y me cuesta explicar bien por qué a pesar de todo recomiendo su lectura. Seguramente la clave resida en los dos protagonistas, cuyo encanto embelesa.
Algo tiene, en fin, para que, como comencé señalando, sea ya un clásico de la literatura norteamericana.
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