martes, 15 de mayo de 2018

La catedral (Vicente Blasco Ibáñez)



La introducción a la novela que uno se encuentra en la edición que se muestra en la foto señala algo bien cierto: que Blasco Ibáñez ha sido clasificado por algunos como un escritor costumbrista que presenta historias en las que los personajes reaccionan con cierta brusquedad abrumados por su entorno. Vienen quizá, al decir eso, recuerdos de su novela La Barraca, también llevada a la televisión. El caso es que este escritor, como dice también dicha introducción, es más que eso.
Esta novela tiene como protagonista a Gabriel, quien, tras formarse en teología gracias a su gran inteligencia y precocidad, encaminado por su familia y entorno religioso hacia el sacerdocio y más allá, conoce otros países durante su formación y descubre nuevas maneras de pensar. Encuentra un enorme contraste entre lo aprendido hasta ese momento gracias a tal formación y a su familia y amigos, que viven todos ellos entre las paredes de la catedral de Toledo sin apenas salir, y lo que se piensa y se vive en entornos tan distintos como por ejemplo París.
Al comienzo de la novela conocemos ya al Gabriel que ha cambiado, que ha visto mundo, y que regresa a la catedral avejentado prematuramente por una dura vida escapando del entorno hostil que para él España y sus gobernantes suponen. Allí solo desea esconderse y malvivir los, al parecer, pocos meses de vida que le queden con tranquilidad, sin ser perseguido y en compañía de su hermano y viejos conocidos. ¿Cómo soportará el hombre el contraste entre el exterior y la vida dentro de la catedral, que no vive a comienzos del siglo XX sino del XVIII?
Esta novela es todo un reto para el lector. A mí me ha gustado, pero no se me ocurriría recomendarla porque decir que es lenta es quedarse corto. Aún me asombro de que en doscientas y pico páginas hayan sucedido tan pocas cosas. He estado en Toledo ya y me han dado ganas de regresar para ver con mis propios ojos lo que he visto mediante páginas y páginas de descripciones arquitectónicas y religiosas.
Si me ha gustado es porque, igual que me sucedió en su momento con La montaña mágica, de Thomas Mann, me sentí cómodo en ese no suceder casi nada, en esa tranquilidad, en esa pausa en el ambiente. No son novelas comparables en absoluto pero coinciden en esa quietud, en ese poco avanzar las situaciones. Además, la novela describe exquisitamente la mentalidad religiosa tradicional española, las rutinas y devociones de una vida en y para la catedral, la pobreza de sus habitantes, la influencia de la Iglesia en la Historia de España, y un largo etcétera que queda bien retratado y explicado en las descripciones detalladas y clases magistrales que pueblan estas páginas. 
Por todo ello, Blasco Ibáñez no es, como de modo interesado se ha querido dejar caer, un mero escritor costumbrista, sino un portador de situaciones sociales injustas, un grito en un mar de desastre, que no por casualidad terminó su vida en el exilio durante las primeras décadas del siglo pasado. 

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