jueves, 9 de julio de 2015

Teaching with your mouth shut.




Título en la edición en español: Dar clase con la boca cerrada.
Autor: Donald L. Finkel.
No viene al caso explicar cuáles eran, pero compré este libro con expectativas distintas o creyendo que el tema sería totalmente distinto. Pero me he encontrado con un texto que merece mucho la pena, en general para los docentes y muy en particular para quienes ejercen en secundaria y universidad; las ideas que se comentan son interesantes en términos generales pero probablemente en primaria se puedan aplicar superficial o limitadamente, y en infantil apenas sirvan solo ciertas ideas como referencia.
Finkel escribe esta reflexión sobre tu trabajo en un año sabático tras un cuarto de siglo enseñando en, entre otros lugares, The Evergreen State College, donde por cierto no se dan calificaciones a los alumnos y hay una libertad absoluta para que el profesor diseñe las clases, incluso proponga contenidos, con enorme libertad.
Supongo que ante todo debo desvelar a qué se refiere el autor con un título tan intrigante. Pues bien, lo primero que hace es referirse a la figura que muchos tenemos como profesor ideal: entusiasta, de habla hipnotizadora, elevadora de espíritus. Finkel, que reconoce lo positivo de este tipo de profesor y lo admite dentro de su modo de trabajar, advierte de que las ideas, para que lleguen a los alumnos, deben ser masticadas y reflexionadas por éstos, no por el profesor. Dicho de otro modo, la habitual clase magistral, por bien desarrollada que esté, no deja una huella tangible en el alumnado –mucho menos si es la única manera de funcionar del profesor-, principalmente porque no provoca el interés y por tanto la necesidad consecuente de conocer y reflexionar, que es el modo en que el alumno le da vueltas a los contenidos, los reflexiona y llega a sus conclusiones con una cierta guía por parte del docente. Dicho de otro modo quizá más claro, se trata de que aquellos procesos de análisis, comprensión, esquematización… que como docentes elaboramos para entregar a los alumnos información clara, dejemos de darlos (o al menos lo hagamos más tarde, por ejemplo) y les involucremos en dicho proceso de construcción, de debate. Eso, unido a que el profesor, distinguiendo entre poder y autoridad, diseña un entorno en el que se autorrelega a un segundo plano, porque pasa de “dar la chapa durante una sesión entera” a preparar actividades que hacen que los alumnos hablen, discutan, opinen, escriban… entre ellos y para ellos… es lo que él llama enseñar con la boca cerrada.
Bien, habría millones de matices y cosas que contar para detallar toda la riqueza y justificados puntos de vista que el autor muestra en este imprescindible texto. Lo mejor de todo es que en ningún momento reclama sus ideas como las mejores ni rechaza otros modos de trabajar, pues cualquier método lo considera factible de ser combinado en la medida en que se considere, y que además aporta numerosos y detalladísimos ejemplos propios que no dejan ninguna duda de cómo se puede poner en práctica lo que sugiere. 
Así que esta lectura nos aporta a los docentes reflexión acerca de los porqués de trabajar de un modo u otro, de la posible conveniencia de tener en cuenta las ideas que Finkel expone y, en su caso, ejemplos probados de cómo desarrollar tales reflexiones en el aula.

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