Hace unos meses leí otro libro de este polifacético señor, del cual no dije cosas muy positivas, pues a menudo me molesta que alguien se crea con derecho a enseñarme a vivir.
En este libro, que esta vez no es novela sino una especie de legado vital tras su dura experiencia con el cáncer, largas estancias en hospitales, etc., vuelve a intentar lo mismo. Y mi sensación es parecida, aunque más positiva que la primera vez.
Si decidí volver a leer algo de Espinosa a pesar del primer sabor de boca es porque si algo hay que reconocer es que se lee con facilidad, quizá por su sencillo modo de explicarse, por los cortos capítulos o porque los consejos algo ñoños y románticos a veces apetecen. Y como a veces todos necesitamos leer cosas para pasar el rato, para que las páginas avancen sin problema, consideré acertadamente que eso me sucedería con El Mundo Amarillo.
Espinosa da primero veintitrés consejos que aprendió durante dicha complicada etapa de su vida. Después explica quiénes son los amarillos y qué características suelen reunir para que establezcamos esa especial relación con ellos y finalmente explica que hay hablar de la muerte con naturalidad y sin miedo.
Diré algo positivo y algo negativo del libro. Lo positivo es que hay algunas ideas bonitas, simpáticas, agradables, sin duda positivas, y seguro que si a uno le pillan en un momento sensible y receptivo podrá como mínimo soñar con las mismas y hasta llegar a poner alguna en práctica. Parece irrebatible que Espinosa ha de ser alguien muy agradable de trato y con una energía y positividad envidiables. Lo negativo, como ya explicaba al principio, es que irremediablemente me pone nervioso que me vengan a contar, o sugerir, cuáles son los trucos para ser más feliz y tener una vida más plena; no me parece mal que el tema surja entre amigos o en algún contexto determinado que ahora mismo no se me ocurre, pero sí que alguien decida que tiene esa capacidad y la haga pública al mundo como si estuviese en posesión de la verdad. Que Albert Espinosa haya podido experimentar situaciones que le hayan facilitado reflexionar más y mejor parece claro, pero en cierta medida todos tenemos nuestras experiencias y adoptamos la modesta actitud de guardárnoslas para nosotros o, a lo sumo, comentar nuestras ideas cuando el tema sale. Además, soy muy escéptico respecto al poder real de convencer a nadie sobre algunas cosas si uno no las experimenta por sí mismo.
En fin, que se lee bien.
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