domingo, 16 de diciembre de 2012

Américo.



Título: Américo. El hombre que dio su nombre a un continente.
Autor: Felipe Fernández – Armesto.
En mi afán por convencerme y convencer, una vez más, del hecho de que la asignatura de Historia en las escuelas y la Historia fuera del ámbito de la enseñanza son dos mundos distintos, y que el primero me alejó del segundo, me propuse leer esta biografía de un señor cuyo nombre a todos nos suena: Américo Vespucio.
Como he dicho ya en algunas ocasiones, y seguramente diga mil más, me parece que la biografía es un género que merece la pena porque permite conocer no sólo los hechos en sí que componen la vida de tal o cual persona o personaje, sino su relación con el tiempo que le tocó vivir, lo cual aporta al lector un conocimiento mucho más rico y valioso que el que aparentemente vendría del mero hecho de saber algo más de la vida de un solo individuo.
En este caso, debo destacar que lo que más me ha sorprendido de la biografía, o más exactamente de la vida de Vespucio, es que no corresponde a la imagen que, superficial como era, tenía de él. No dirigió su vida tan apenas, cambió de profesión en varias ocasiones, buscaba la fama, era bastante embaucador y exageraba –imitando las narraciones de aventuras de la época- en los relatos de sus viajes, a veces hasta inventando el viaje en sí. Me ha parecido cómico encontrarme en una biografía con que el navegante terminó siéndolo un poco de rebote, sin tener mucha idea cuando embarcó, utilizando instrumentos de navegación que en realidad apenas le servían y afirmando cosas con una base escasa. Termina, además, uno descubriendo que se llevó durante un tiempo, en parte por culpa de quienes editaban sus relatos (que también metían morcillas de su propia cosecha en dichas narraciones), la inmerecida fama de haber tocado un nuevo continente antes que Colón (de quien copiaba idea para relatar sus viajes) y que ese honor, a pesar de que seguramente no le habrían faltado ganas, no lo buscó sino que fue fruto de publicaciones posteriores a su muerte que le nombraban el nuevo Ptolomeo.
Me quedo con estas palabras de las últimas páginas: “No estaba a la altura de ninguno de los ambiciosos papeles que adoptó. Era demasiado poco aplicado para ser diplomático, excesivamente imprudente para ser un gran mercader, demasiado incompetente para ser navegante y su ignorancia era excesiva para ser cosmógrafo.”
En fin, un placer descubrir que hay personajes

históricos tan inusuales, involuntariamente cómicos y

humanos. Me he animado a leer más cosas del estilo.

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