Título original: As intermitências da morte.
Un día, en un país cuyo nombre no llegamos a conocer, la muerte deja de actuar. Esto provoca reacciones diversas. Por un lado, hay muchas personas que se alegran al comprobar que tras varias semanas nadie está falleciendo y que se acaban de convertir en inmortales; por otro, los familiares de quienes estaban ya con salud irrecuperable, así como las funerarias, los hospitales, las empresas funerarias... se muestran incómodas.
Éste es el original comienzo de la novela, cuyo autor, Saramago, suele plantear situaciones igualmente originales y dejarlas desarrollarse para ver hacia dónde van.
Hace tiempo escuché al escritor afirmar que, una vez dibujada la situación inicial de un texto, iba escribiendo sin tener claro hacia dónde se dirigirían los hechos. Esto, que probablemente se pueda aplicar a buena parte de los escritores, conectó en el caso de Saramago con una sensación que yo tenía al leer sus novelas, que era justamente ésa: la de que daba la sensación de que no había una dirección del todo clara, y a mí particularmente eso no me agrada demasiado.
Es lo que me ha sucedido una vez más con esta novela suya. El planteamiento es curioso, tiene mucho potencial, se lanzan algunas críticas a diversos sectores de la sociedad... pero después la historia va derivando hacia los dilemas de la propia muerte en sí, del personaje que elige si matar o no y cuándo, y se abandona todo lo narrado hasta ese momento para proponer cuál es la vida supuestamente eterna, o casi, de este siniestro personaje y cómo resolverá el dilema que se le presenta con respecto a uno de sus "clientes".
En definitiva, me ha interesado sólo hasta cierto punto y creo honestamente que el planteamiento inicial de la novela podría haber dado más de sí para realizar crítica y reflexión, tal como hace en algunos momentos de la primera mitad del libro.
Éste es el original comienzo de la novela, cuyo autor, Saramago, suele plantear situaciones igualmente originales y dejarlas desarrollarse para ver hacia dónde van.
Hace tiempo escuché al escritor afirmar que, una vez dibujada la situación inicial de un texto, iba escribiendo sin tener claro hacia dónde se dirigirían los hechos. Esto, que probablemente se pueda aplicar a buena parte de los escritores, conectó en el caso de Saramago con una sensación que yo tenía al leer sus novelas, que era justamente ésa: la de que daba la sensación de que no había una dirección del todo clara, y a mí particularmente eso no me agrada demasiado.
Es lo que me ha sucedido una vez más con esta novela suya. El planteamiento es curioso, tiene mucho potencial, se lanzan algunas críticas a diversos sectores de la sociedad... pero después la historia va derivando hacia los dilemas de la propia muerte en sí, del personaje que elige si matar o no y cuándo, y se abandona todo lo narrado hasta ese momento para proponer cuál es la vida supuestamente eterna, o casi, de este siniestro personaje y cómo resolverá el dilema que se le presenta con respecto a uno de sus "clientes".
En definitiva, me ha interesado sólo hasta cierto punto y creo honestamente que el planteamiento inicial de la novela podría haber dado más de sí para realizar crítica y reflexión, tal como hace en algunos momentos de la primera mitad del libro.