Si no me falla la memoria, ésta
es la primera novela del Premio Nobel de Literatura que cae en mis manos. Es
muy cortita, apenas unas sesenta páginas, y en sus pocos capítulos centra su
atención en un niño apodado Pichulita, que actúa como eje no sé si decir
narrativo, cronológico o cuál, para ofrecer una imagen diacrónica de los
barrios de Perú conforme él y sus conocidos crecen.
Las innumerables llamadas con que
esta editorial decora el texto, a las que he prestado poca atención por mor de
la inmersión en la lectura, me dan a entender que estamos ante una obra muy
rica en significados, es decir, que ha dado lugar a ríos de tinta para explicar
lo que el autor pudo querer mostrar con ella.
Como me suele suceder en estos
casos tan nombrados, a mí la novela me ha llamado poco la atención y, aunque su
lectura es sencilla y leeré más cosas de Vargas Llosa en un futuro, no va mucho
conmigo necesitar leer a otras personas para que me expliquen lo que no he sido
capaz de entender en una novela. Acepto la riqueza del libro pero ahí lo dejo.
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