Se cuenta la historia de una
periodista a la que, al parecer en un intento de minar su autoestima y
acrecentar su aburrimiento laboral, se le encarga entrar en contacto con una
vidente para estudiar su modo de trabajar. La vidente, de marcado acento ruso,
termina por error introduciendo a la protagonista en su bola de cristal y se
muestra incapaz de sacarla.
Confieso que me dejé llevar por
la portada y por la contraportada del libro, que ofrecían, respectivamente, una
imagen sugerente y un texto atractivo que prometía bastante más de lo que luego
resulta haber y no cuenta la estupidez de la que se trata en realidad.
No suelo destripar los libros que
comento y tampoco voy a hacer ahora una excepción. Pero diré que si el
planteamiento, si se quiere original, ya de por sí es fantasioso y fantástico, el
modo de desarrollar la historia no ofrece mucho más interés. La mayor parte de
lo que va sucediendo se debe a poco más que el azar, los personajes carecen de
chicha en realidad y a lo mejor como historia para niños podría valer algo –tampoco
mucho-, pero se supone que es un libro para adultos. No tiene nada ni pies ni
cabeza, termina hablando de mundos paralelos y fronteras de conexión y, por si
todo esto no fuera quilombo suficiente, el desenlace de la historia es más
abierto que otra cosa, como si la autora no hubiese sabido muy bien cómo
explicar lo sucedido.
La autora, por cierto, utilizó un
seudómino. Se llama Cristina Fernández Cubas, catalana, y esta novela es
diferente a todo lo que ha escrito anteriormente. Desconozco su obra, pero me
alegro de que sus otros libros sean distintos, porque si no, menuda muerma.
Por destacar algo positivo, diré
que tenía cierto encanto infantil el hecho de que, para desarrollar la
historia, en algunos momentos los personajes cuentan cuentos.
No pierdan su tiempo leyendo esta
novela, por favor.
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