Hablar de Alfredo Landa supone pensar en lo español tradicional, chicas corriendo en bragas tras un hombre normalito (o el hombre tras ellas más bien), una persona seria y con carácter… Y de eso habla él mismo en las decenas y decenas de horas grabadas de las que surgen estas más de trescientas páginas, que comienzan con su infancia, como no podía ser de otro modo. El lector conoce sus comienzos, el modo en que se fue enamorando de la profesión, cómo se fue ganando la vida.
Landa, además, cita en orden cronológico cada uno de sus trabajos y los explica con pelos y señales: por qué aceptó hacerlos, qué actores participaban con él y cuáles eran buenas personas y buenos profesionales, qué directores prefirió, cómo preparaba sus personajes…
Es muy de agradecer que también haga referencia a dos cuestiones que a menudo vienen a la cabeza al pensar en él: por una parte, su participación en películas malas de narices –éste y otros calificativos los usa él mismo una y otra vez- achacándolo a veces a la mala suerte y otras a la mera necesidad de ganar algo de dinero para subsistir; y por otra, su talento para trabajar con profesionalidad en proyectos de envergadura, faceta que estima a veces olvidada.
He leído todas sus páginas con mucho interés. Sus explicaciones animan a ver una buena parte de sus películas, pues comenta aquello que más le gusta y los porqués, y acerca el mundo de los actores (con nombres archiconocidos como Sazatornil, Sacristán, Rafaela Aparicio y decenas y decenas más antiguos y más recientes) mediante certeras descripciones de sus características, tanto las mejores como las no tan buenas.